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La economía brasileña registró un fuerte crecimiento en el 1er trimestre del año, superando positivamente a las expectativas. A principios de año, la perspectiva de interrumpir las ayudas y beneficios de emergencia para el mantenimiento del empleo, así como la aceleración de casos, ingresos hospitalarios y defunciones relacionados con Covid-19, trazó un escenario de pérdida de impulso de la actividad económica en relación con dos trimestres anteriores. Sin embargo, el PIB creció un 1,2% con respecto al último trimestre de 2020 y un 1,0% con respecto al primer trimestre del año pasado. En otras palabras, al menos según esta métrica, la economía ya habría regresado a los niveles anteriores a la pandemia.

El sector agropecuario jugó un papel importante en este desempeño, habiendo crecido un 5,7% respecto al trimestre anterior. Aunque afectado negativamente por el clima seco, el sector se viene beneficiando del favorable contexto internacional, en el que destaca la fuerte subida de los precios de las materias primas y el aumento de la demanda de productos primarios ante la fuerte recuperación a nivel mundial. Por la misma razón, la industria extractiva, especialmente el mineral de hierro, creció un 3,2% en la misma comparación. La manufactura, por su parte, retrocedió un 0,5%, reflejando las fuerzas negativas antes mencionadas y la interrupción en el suministro de piezas y componentes debido a los cuellos de botella en las cadenas de producción globales y el transporte internacional de mercancías.

El sector de Servicios ha sido el que más ha tardado en reaccionar. Aunque creció un 0,4% en el primer trimestre, todavía está un 0,8% por debajo del nivel del primer trimestre del año pasado. Incluso dentro del sector, el comportamiento de los distintos segmentos es heterogéneo: mientras que el comercio, el transporte, la información y las comunicaciones y las actividades financieras vienen registrando una fuerte recuperación, “otros servicios” —básicamente servicios prestados a las familias— y la “administración pública”, que incluye los servicios de salud y educación brindados por el gobierno, aún registra niveles de actividad 7,3% y 4,4% por debajo de los niveles del primer trimestre de 2020.

El crecimiento del comercio y el transporte sigue el cambio de la demanda, con un aumento en el consumo de bienes y una reducción en el consumo de servicios. En el caso de las actividades de información y comunicación y financieras, la recuperación más fuerte proviene del hecho de que estas actividades, en gran medida, no requieren un contacto cara a cara. En “otros servicios”, como el ocio y el turismo, así como en la educación pública, la introducción de restricciones a la movilidad, como ocurrió nuevamente a principios de 2021, afecta negativamente su desempeño. También son actividades importantes desde el punto de vista de la generación de empleo, y ayudan a explicar por qué la situación del mercado laboral sigue siendo tan grave, con una tasa de paro aún alta, del 14,7% en marzo, y un nivel de empleo que es de 7,1 % menor que en el primer trimestre de 2020.

El anuncio de un crecimiento mayor al esperado en el primer trimestre y la aceleración del proceso de vacunación a partir de junio llevaron a un ajuste de las proyecciones de crecimiento para este año, que pasó de alrededor del 3,0% a mediados de mayo al próximo 5,0% a fin de junio. La percepción más optimista sobre el comportamiento de la economía en 2020 se puede ver claramente en los indicadores de confianza empresarial, que han ido aumentando de forma constante, pero es menos visible en la confianza del consumidor.

Este panorama general favorable se ve empañado Impulsada en un primer momento, en el segundo semestre del año pasado, por el aumento de los precios de los alimentos, la inflación se extendió a los bienes industriales y, principalmente, a los precios monitoreados y administrados, como la electricidad, los combustibles y los medicamentos, entre otros. La inflación anual se aceleró del 2,1% en junio del año pasado al 4,5% en diciembre y un estimado 8,4% en junio.

Si bien parte de la presión es transitoria, tanto por restricciones de oferta en la industria como por efecto de la devaluación del real, el Banco Central elevó la tasa de interés en sucesivos movimientos a partir de marzo, llevándola de 2% anual a 4,25% por año en junio.

El mercado financiero ha ajustado sus expectativas y espera que la tasa Selic alcance el 6,5% anual en octubre de este año, en comparación con las expectativas a fines de marzo de que esta tasa solo se alcanzaría en 2023. Las expectativas de inflación reflejan la presión actual, por encima del 6% para 2021, pero cayendo al 3,8% en 2022 (ligeramente por encima del objetivo del 3,5% para el año) y anclado en el objetivo del 3,25% en 2023.

La trayectoria de la inflación puede contar con alguna ayuda del tipo de cambio, que se ha apreciado alrededor del 15% desde marzo, de R$ 5,80 / US$ a un nivel en torno a R$ 5,00 / US$, y por la pérdida de expectativas de estabilidad relativa en los precios de las materias primas. Por otro lado, la crisis del agua ha venido ejerciendo presión sobre los precios de la electricidad, mientras que la reapertura de la economía debería generar cierta recuperación en los precios de los servicios, cuyo incremento acumulado en 12 meses hasta mayo fue solo del 1,8%.

El escenario relativamente más favorable para la economía para el resto del año también incluye cierta flexibilización en el tema fiscal, luego de la tensión que implicó la aprobación del presupuesto a fines de marzo y su sanción por parte del presidente en abril, período durante el cual, las presiones para los incrementos en el gasto ponen en riesgo el cumplimiento de los límites constitucionales de gasto.

Además, se revisó a la baja la trayectoria de la razón deuda-PIB para el futuro, en vista del crecimiento nominal del PIB en el primer trimestre, que reflejó una variación anual del deflactor implícito de casi el 10%. No obstante, la tendencia es que la deuda bruta como proporción del PIB, seguirá creciendo durante algunos años antes de estabilizarse en un nivel que, a pesar de ser menor que el proyectado anteriormente, sigue siendo muy superior a la media de los países emergentes.

Los desafíos estructurales aún persisten. El crecimiento proyectado para 2022, del 2,1%, cayó a medida que aumentaron las proyecciones para 2021, lo que indica que aún está lejos de tasas sostenibles que permitan compensar la caída de la renta per cápita de la última década.